miércoles, 2 de diciembre de 2009

L'amour

Si te dijera, amor mío, que temo a la madrugada.
Así empieza la canción Al Alba, ¿recuerdan?. ¿Recuerdan la cantidad de pasteles edulcorados por Hollywood, que hemos tragado, contándonos historias de amor imposible hechas realidad? Por ejemplo, El Guardaespaldas, esa historia que todavía repiten de vez en cuando en TV y nos hace llorar de la emoción ante el sacrifico de la propia vida, y el triunfo del amor sobre egoísmos y diferencias raciales. Claro, estas cosas pasan en la pantalla, porque la realidad es otra. ¿Quieren una historia real, pero que siempre diré que es mentira?

En una capital de provincias muy pagada de sí misma, residía un joven que, tras opositar a un cuerpo policial y sacar la plaza, se dejó llevar por su vocación, o afán profesional, y entró a formar parte de la élite de los protectores de las clases dirigentes, a las que, incuestionablemente, era fiel, no sólo profesionalmente, también ideológicamente. Acompañar a reuniones, viajes, comidas y los tiempos muertos en centros oficiales hicieron que su interés se centrara en una dirigente que no pertenecía al clan al que prestaba sus servicios, que era de un grupo opositor a los intereses que defendían aquellos a los que no solamente protegía, sino que escuchaba, veía y conocía de sus movimientos, citas, encuentros. La sospecha cayó sobre su figura. Cayó tanto, que lo cambiaron de destino. Ya no era de fiar. A silbar a la vía.
El triunfo del amor. El precio del amor. Siempre hay que pagar. Siempre hay que dar valor, valorar, aquello por lo que apostamos. Siempre hay que sacrificar. Si en "El guardaespaldas" y otras historias épicas, había que jugarse la vida para conseguir el amor, aquí había que jugarse el trabajo. Qué prosaico.
¿Qué les parece?. Una más.

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