domingo, 4 de octubre de 2009

A Elvira Obanos

Querida Elvira: Redacto la presente misiva para rogarte un poco de Sentido y Sensibilidad. Esto entre nosotras no se hace, bonita. Verás: Es tradición inveterada en nuestra mansión que, los domigos a la mañana, el de la regulación baja a por el periódico y el pan, mientras yo preparo el café para el desayuno. Así caigan chuzos de punta y salvo causa de fuerza mayor. A veces se estira y me sube un bollito recién hecho. Habitualmente me anticipa los contenidos de mi página favorita. La última. Pues bien ¿sabes lo que me ha dicho hoy?: "Oye cariño, lo de los gojis que dice esta (para él eres "esta", que lo sepas), ¿no son esas hos... rojas que te empeñaste en comprar el otro día?". "No mi amor, son un condimento para las lentejas con chorizo que a tí te gustan tanto y a mí me dan tanto asco", he mentido malamente.
Se ha abalanzado al armario de la cocina y ha sacado el preciado envase con las bayas antioxidantes. Yo tenía la bolsita sin abrir, porque al venir sin folleto, no sabía si tenía que tomarlas antes, entre o después de las comidas, y yo soy como la Martirio de La casa de Bernarda Alba: "Hago las cosas sin fe, pero como un reloj". Total, que se ha montado una que los vecinos han llamado al 016 pensando que lo mataba. Hasta han venido una pareja de munipas; uno tenía unos ojos que casi me caigo de espaldas, que seguro que los tiene así por tomar bayas del valle del Goyi, pero cualquiera se lo dice al de la regulación. Y así se nos ha ido la mañana, de bronca a morros y el arroz sin hacer, que cuando han llegado mi niño y su pareja nos han tenido que invitar a un chino.
En justa venganza me han dado la tarde. Maldito sea el día en que le dieron licencia a La Sexta, porque antes se ponía los auriculares con la radio y me dejaba ver cualquier programa idiotizante para hacer la digestión, pero es que ahora es como la radio pero viendo a los tipos esos con los auriculares, que ha sido un intercambio auricular: te los quitas tú y me los pongo yo. Y venga de gritar "chicharro", que a mí hoy me sonaba a retranca. Como la pareja de mi niño ha demostrado tanto interés por los frutos rojos, le he estado explicando mi largo historial desde el Yoga hasta el Kim yong-il, ay no, que este es un dictador coreano, pasando por la meditación intrascendente, en la mesa de la cocina, mano a mano, dándonos un atracón de bayas con una botella de polifenoles que me van a dar la noche, pero que nos han sentado divinamente.
En resumen, bonita, que estoy sola porque se han ido al bar a ver más fútbol y yo me he puesto lírica perdida, como puedes ver. Que vale que me desmitifiques los Omega 2 y 3, pero me echas en los brazos de L'Oreal. Que esto no se hace, que hay artículos que mejor en el suplemento, que ellos ni lo miran, ¿vale?, que me has chafau la estrategia del guisote que es por donde se les agarra hasta a los artistas, y si no, mira lo que decía hoy este pedazo de actor, que tú los ves en la pantalla y te preguntas de dónde han sacado la motivación, y ya ves, de las tripas:
"Mira, te voy a contar exactamente los pensamientos que asaltaban mi mente mientras rodaba La naranja mecánica: '¿Qué demonios habrá para desayunar mañana? ¿Será tan malo como lo de hoy?'. Te lo aseguro, de verdad, los caterings de los rodajes ingleses son lo peor del mundo". Malcolm McDowell (Leeds, 1943), protagonista de aquel filme de Stanley Kubrick y homenajeado estos días en el certamen de Sitges, respira un segundo y prosigue. "¿Si han mejorado? No, en absoluto, siguen siendo la porquería de siempre, eran malos en los setenta y son malos ahora. Sé que preferirías que te dijera que me preocupaba mucho la violencia de la película y cosas por el estilo, pero la verdad es que los actores no nos preocupamos por esas chorradas. ¿A quién le importan? Hacemos el trabajo por el que nos pagan y punto. Solo tenemos una preocupación: el menú".
P.D.: Todo esto sin acritud. Queda tuya. P.

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