domingo, 3 de enero de 2010

Año nuevo en urgencias



¿Han tomado ustedes las uvas, es un decir, en urgencias hospitalarias? Increíble experiencia, créanme.
Una es voluntariosa, siempre me lo han reconocido: no si voluntad no la falta, pero resultados... ¡Qué le vamos a hacer!.
Una cenita para despedir el año los cuatro, con los disfraces de rigor en la ciudad. Yo me puse ese precioso conjunto de enfermera que utilizo en las ocasiones especiales, aunque le hice algún apaño para recatarlo levemente. Después de unos escasos entrantes, una sopita de pescado para calentar el estómago. Esa fué la perdición. Había decorado el mejunge con chirlas y el partner de mi niño no se percató, así que una jodida almeja enana se le quedó a mitad de camino, ahogándole. Nos pusimos como locos intentando que el alien saliera de la traquea, que si golpes en la espalda, que si bebe a ver si baja, con el único resultado de que el tintorro salió expulsado como de la boca de la niña del exorcista, tiñendo mi inmaculado uniforme de lamparones de La Rioja, y el muchacho sin poder respirar apenas, que solo le pasaba un hilito de aire que encima hacía un ruido de chiflo, que a mí, que ya estaba cocida y pringada, encima me daba la risa, y mi niño histérico: ¡Que me lo vais a matar, cabrones!. Salimos cagando leches en el propio coche de la criatura, que yo iba rezando a santa Yolanda porque no nos encontráramos con un control de alcoholemia de sus muchachotes, en ese deportivo reconvertido en ambulancia del SAMU, conmigo de enfermera diplomada con los ligueros al aire, mi niño sacando el pañuelo polisario por la ventanilla y el propio partner haciendo de sirena con su chiflete sincopado, que ya decía el de la regulación al volante: esto lo grabamos con el móvil y nos forramos en el youtube. Mas le valía haberse callado, porque se llevó la esquina del murete de la rampa con la aleta de la rueda del biplaza, que los chapistas le harán un monumento de agradecimiento, y el partner hiperventilando por lo poco que ventilaba el desgraciado, que se veía patas arriba y encima con el buga destrozado. Total que entramos en urgencias y al que se metían para dentro era a mi niño que no paraba de chillar, que me tuve que poner en estricta gobernanta e imponer orden con mi cofia con la cruz roja, que se lo creyeron y, tomándome en serio, me metieron en la cabina con el partner, y el médico residente me pedía la valoración del paciente durante el traslado y todo, que el pobre se agitaba como poseído e intentaba gritar algo y solo le salía el chiflete y casi los ojos de las órbitas intentando defenderse inutilmente, ingrato. Entró una enfermera con un cahivache con ruedas y se me quedó mirando como pasmada y ahí se lió. No sé qué me dijo de un colegio profesional y del sindicato y de una denuncia, y me llamó intrusa, a mí, que ya la dije que, si caso, free lance, pero que cuando me pongo soy muy profesional. Me echó de la cabina de malos modos, mientras me agarraba al fonendo del internista morenazo de rasgos caribeños, que el pobre me miraba sin dar crédito al comportamiento de aquella maleducada.
Lo de la sala de espera fué para cobrar entrada. Encima de que nos dieron las campanadas allí sentados, sin uvas ni champán y mirando la máquina de los refrescos; el niño se descargó a gusto: que si lo habeis hecho aposta, que nunca me habeis aceptado, que no me quereis, que no soportais lo nuestro, que vais de progres y sois unos reaccionarios, que podía haber comprado unas almejas en condiciones en lugar de hacer el ridículo. Ahí me pisó el callo y me revolví: ¡Pero tú sabes a qué precio están las almejas, desagradecido!. Todo tiene un límite y una madre que se precie no puede tolerar ciertas cosas. Tienen que aprender a valorar lo que hacemos por ellos. Ya le dije: Cuando tu partner acabe arquitectura y tú seas alcalde, no iré a pedirte un piso de lujo construído en un antiguo colegio, ni tan siquiera un abono de temporada para el palacio de congresos que os haga famosos, es más no pienso liderar la oposición que te firme los acuerdos. Todo lo hacemos por tí, por tu futuro y porque os queremos. La frase sonó como una fanfarria que acompañó la entrada de la criatura con la chirla en una cajita que portaba en su mano. Me avalancé a abrazarlo, compitiendo duramente con el niño, que quería ser el primero. Me miró a los ojos e inició la frase de la reconciliación: ¡Hija...! Le tapé la boca con la mano y entre lágrimas le dije: ¡Madre, madre, llámame mamá! y sollozando emocionada me fuí al baño a recomponerme.
Ayer salieron para Marraquech. Lo sabemos porque nos lo habían anunciado con antelación, porque no se despidieron. Es lógico, después de unos momentos tan intensos necesitarían de su intimidad.
No hay como empezar el año con buen pié, ¿no les parece?.

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